Las duras condiciones de trabajo en el campo han hecho que muchos jóvenes busquen otro sustento de vida, abandonando asi la siembra de alimentos. Debido a ello, en muchas unidades de producción no hay una generación de relevo que dé continuidad a esta vital actividad, trayendo consigo un sombrío panorama.
Pese a esta realidad, también hay una pléyade de jóvenes que asumen la actividad agrícola como una forma de vida, continuando el legado de sus padres y mejorando los procesos para hacer un negocio lucrativo, que les permita vivir dignamente trabajando la tierra que es lo que aprendieron desde pequeños y lo que mejor saben hacer.
Este es el caso de Alexander y Edward Liscano, primos y socios, que junto a Edwin Liscano (34), dedican el ciento por ciento de su juventud, ímpetu y energía a sacar adelante las 230 hectáreas de maíz que sembraron en el caserío Maratán, parroquia Ramón Peraza del municipio Páez del estado Portuguesa.
Los Liscano siguen el ejemplo de sus padres, ya fallecidos, quienes fueron hermanos y socios hasta el final de sus días.
“Nacimos en el campo, toda nuestra vida la hemos desarrollado ahí”, afirma Alexander, de 32 años, y a quien no le preocupa llevar una vida como otros de su edad, que le dedican tiempo al esparcimiento.
En esto coincide Edward, de 37 años, indicando que durante la época de siembra y cosecha se consagran ciento por ciento al campo. “Primero el trabajo y luego las fiestas”, asevera.
Ambos están muy claros en que “sembramos para ganar, no para perder” y en ese sentido, dan todo se si para ser exitosos y tener una activad que les permita prepararse para el futuro y darle atención debida a la familia,
Mucho que agradecer
El amor por el campo lo heredaron estos jóvenes de sus padres, con quienes se iniciaron en este oficio y decidieron continuar con “el mismo respeto y compromiso con los que ellos lo hicieron”.
Los Liscano pertenecen a los agricultores financiados por la Asociación de Productores Agrícolas de Venezuela (Aproven), desde hace aproximadamente seis años, tiempo durante el cual han crecido como agricultores y personas.
A Aproven y a Nicolás Romano -asevera Alexander- tenemos mucho que agradecer. Comenzamos con 5 hectáreas y ya vamos por 230 de maíz blanco entre propias y arrendadas.
Recuerda que su padre era financiado por otra asociación y al morir este, en pleno periodo de siembra, dicha organización los dejó “guindando”. Afortunadamente -prosigue- yo tenía financiadas 5 hectáreas por Aproven y al plantear el problema, conseguimos todo el apoyo y logramos salir adelante en ese difícil momento. Desde ahí estamos de lleno con Nicolás Romano, quien nos ha ayudado a crecer.
Los Liscano han aprendido una nueva manera de sembrar, más científica, más técnica, y se sienten orgullosos de los resultados.
Lo más sagrado
“La arepa es lo más sagrado que puede haber”, asegura por su parte Edward Liscano, quien con emoción habla del cultivo de maíz, al que considera noble e indispensable para la alimentación.
-Nosotros aprendimos mucho de nuestros padres y hemos afianzado ese conocimiento con el apoyo técnico que nos brinda Aproven. Nosotros vivimos de este y tenemos que hacerlo bien, nos gusta este oficio. No nos vemos haciendo otra cosa que no sea esta, dice Edward a lo que Alexander agrega que ya lleva a su hijo de un año al campo, para que comience desde temprano a enamorarse de la tierra.
Estos jóvenes demuestran que la producción agrícola puede ser una opción atractiva y rentable para su generación, con lo que se favorece el relevo generacional y se contribuye a disminuir la migración en el medio rural.